Las 10 mejores crónicas latinoamericanas

2 Agosto 2019.

Por: Roberto Valencia/ Revista FACTum.

Gabriel García Márquez opina que la crónica es un género literario y yo creo lo mismo. “La crónica es un cuento que es verdad”, dijo el maestrísimo alguna vez. Luego habrá cuentos buenos y malos, novelas buenas y malas, o poemas ídem, y también habrá crónicas brillantes y otras que son basura. Y no por existir novelas infumables, la novela es un mal género o un género menor. Sé que suena a obviedad, pero creo oportuno aclararlo.

¿Qué es una crónica? Rescato la definición que hace algunos años hizo el brillante editor peruano Julio Villanueva Chang en una larga plática que mantuvimos en la plaza Santo Domingo de Cartagena de Indias:

«Elaborar una crónica es un acto muy costoso, al menos como yo la entiendo: es decir, una crónica es un gran reportaje muy bien escrito, un gran trabajo de campo con entrevistas, documentos y la suerte de ser testigo y cuyo relato no aburra. Ello supone semanas o meses de dedicación, un editor cómplice del cronista, una historia en la que los protagonistas cambian ante los ojos de su autor y donde el azar actúa sobre la realidad, y también lecturas. Todo eso es lo que yo llamo una buena crónica. Otra cosa es dar a algunas páginas de un periódico cierta amenidad, cierto cuidado de la prosa, incluso cierto vuelo poético, todo eso lo puedes hacer sin necesidad de salir a la calle. Pero una crónica, cuando es ambiciosa, exige un trabajo tan delicado como atlético».

– Julio Villanueva Chang

Acotado pues de lo que estamos hablando, acá les comparto un decálogo que la Revista Factum me retó a elaborar. Diez me exigieron. Mis disculpas a los apellidos y a las historias que deberían estar en cualquier listado de crónicas latinoamericanas sobresalientes. No están todas las que son, pero creo que sí son todas las que están. Prometo compensar las ausencias cuando una editorial me contrate para editar una antología de crónicas.

1) Cromwell, el cajero generoso (por Juan Manuel Robles)

El peruano Juan Manuel Robles firma algunos de los perfiles más sólidos que he leído, y créanme que, como responsable del blog ‘Periodismo narrativo en Latinoamérica’, no son pocos. Robles tiene un don especial para escuchar y mirar, y un manejo envidiable de la ironía y el suspenso. Sus semblanzas sobre la hija del expresidente Alejandro Toledo o sobre la actriz Magaly Solier son maravillosas, pero me quedo con el retrato de Cromwell Gálvez, un empleado del BBVA Banco Continental que usó sus habilidades como contador en robar dinero durante años al banco, para luego derrocharlo en vivir la vida a todo lujo.

Así arranca:

“El protagonista de esta historia me jodió la tarde. Él no lo recuerda, fue hace tiempo. La única vez que lo visité en la céntrica prisión en la que lo encerraron, Cromwell Gálvez huyó de mí y se apresuró a decir que no hablaba con la prensa. Le habían quitado la libertad pero la fama insistía en quedársele, no podía sacársela de encima ni dentro de los…”.

2) Asalto al palacio (por Gabriel García Márquez)

El boom de la crónica tiene pocos años, pero la crónica es tan vieja como el propio deseo de escribir experiencias propias o ajenas. Sin remontarnos tanto, apenas hasta la década de los setenta, una crónica imperecedera que juzgo de lectura obligada es la escrita por el periodista Gabriel García Márquez para la revista bogotana Alternativa. El Nobel de Literatura nos narra con maestría la ‘Operación Chanchera’, nombre con el que se bautizó la histórica toma del Palacio Nacional de Nicaragua por parte de un comando de la guerrilla del Frente Sandinista, en agosto de 1978, uno de los episodios clave de la Revolución.

“El plan parecía una locura demasiado simple. Se trataba de tomar el Palacio Nacional de Managua a pleno día, con solo veinticinco hombres, mantener en rehenes a los miembros de la Cámara de Diputados y obtener como rescate la liberación de todos los presos políticos. El Palacio Nacional, un viejo y desabrido edificio de dos pisos con ínfulas monumentales, ocupa…”.

3) El sí de los niños (por Martín Caparrós)

En la primera redacción en la que trabajó Caparrós su jefe era Rodolfo Walsh. Arranco con este dato porque me consta que el argentino levanta pasiones a favor y en contra, y, aunque a más de uno le sonará impostado este alegato pro-Caparrós, no tengo la más mínima duda de que es uno de los periodistas de los que más y mejor se puede aprender. Si se quiere transformar la materia prima reporteada en textos que el lector digiera y agradezca, leer y releer las crónicas ‘caparrosianas’, o sus libros, es una gran inversión. Dicho esto, y consciente de que elegir una única crónica sobre el ramillete de obras maestras que ha firmado es un acto de injusticia, me quedo que la él mismo alguna vez defendió como su reportaje más redondo: ‘El sí de los niños’, que narra el drama de la prostitución infantil en Sri Lanka.

“—¿Así que todavía no conoces a Yohan? Ah, pero es maravilloso. Maravilloso. Tal vez, si me da un ataque de bondad, mañana te lo paso y vas a ver.
Bert tiene cuarenta y nueve años, y sus dos hijos ya están en la universidad. Su señora se ocupa de la casa donde viven, cerca de Düsseldorf, y parece que desde que los chicos…”.

4) Yo corrí en San Fermín (por Juan Pablo Meneses)

La crónica es un género periodístico, y se puede recurrir a ella para narrar escándalos de corrupción, interioridades de una pandilla o la vida de algún asesino múltiple. Pero también se puede ‘croniquear’ sobre temas más mundanos, con frecuencia más agradecidos por el lector promedio. ‘Yo corrí en San Fermín’ (por la que tengo una debilidad especial, por conocer yo de primera mano la fiesta taurina) es un buen ejemplo de crónica ligera, en la que la columna vertebral del reporteo es la vivencia propia, y ejecutada de tal manera que cuesta no leerla de una sentada.

“Al final de la corrida le pego una bofetada a Ernest Hemingway. Se la pego a un costado de la cara, entre su oreja y mejilla izquierda. Pero eso sucede al final de la corrida que ahora está por comenzar. Quedan pocos minutos para un nuevo encierro, el sexto de este año en San Fermín, la famosa fiesta de Pamplona donde sueltan a los toros por las calles mientras…”.

5) Un hombre está peleando con mi mami (por Carlos Martínez)

Incluyo una historia salvadoreña escrita por un salvadoreño para un medio salvadoreño, y no lo hago por patriotismo barato ni tonteras por el estilo. Cuando se habla de crónica latinoamericana, El Salvador es una potencia, algo así como la Selecta playera. Para seleccionar una, me he querido complicar lo menos posible, y me ha agarrado al hecho de ser la historia guanaca más leída –de largo– entre las docenas que tengo subidas al blog ‘Periodismo narrativo en Latinoamérica’. La firma Carlos Martínez y trata –¿podía ser de otra manera?– sobre la violencia que nos carcome como sociedad.

“Mi sola presencia en este lugar invoca a la muerte. Me lo dice esta mujer que llora delante de mí: si no me voy, ella se muere. Estamos en una comunidad marginal en alguna parte de Ilopango. Queda al lado de una carretera principal, pero es invisible en la calurosa selva urbana: un foso donde corren aguas malolientes, muros pintados con spray, casas de…”.

6) Un fin de semana con Pablo Escobar (por Juan José Hoyos)

El veterano periodista colombiano Juan José Hoyos reconstruye en este texto sobrio y ameno el fin de semana que pasó en la Hacienda Nápoles, la más preciada de las posesiones de Pablo Escobar, cuando el narcotraficante era diputado suplente. La trascendencia del personaje sin duda ha contribuido a que esta crónica se haya convertido en un clásico del género. El grueso del reporteo se hizo en 1983, pero ese reporteo, esas anotaciones en la libreta, no se concretaron en un reportaje hasta casi dos décadas después.

“Era un sábado de enero de 1983 y hacía calor. En el aire se sentía la humedad de la brisa que venía del río Magdalena. Alrededor de la casa, situada en el centro de la hacienda, había muchos árboles cuyas hojas de color verde oscuro se movían con el viento. De pronto, cuando la luz del sol empezó a desvanecerse, centenares de aves blancas comenzaron a llegar volando por el cielo azul, y caminando por…”.

7 ) El imperio de la Inca (por Daniel Titinger y Marco Avilés)

Esta es la historia de cómo la bebida nacional del Perú –a pesar de su color orina y sabor a chicle– plantó cara a la todopoderosa Coca-Cola. Más allá de ser un relato poderoso y entretenido, con la dificultad añadida de haber sido escrito a cuatro manos, el relato sobre la Inka Kola –su trascendencia, su inmortalidad– supone una bofetada a aquellos colegas que conciben que un periodista solo está perdiendo su tiempo cuando no se comporta como fiscal, procurador o salvapatrias.

“Color orina y sabor a chicle. Él no lo dijo, pero quizá lo pensó. Muchos lo piensan. En abril de 1999, el recién llegado a Lima presidente del directorio de The Coca-Cola Company, M. Douglas Ivester, tuvo que probar en público –para el público– la gaseosa que los peruanos preferían. Entrevista de rigor. La prensa esperaba el trago definitivo. Él no lo dijo, pero quizá lo pensó: la bebida gaseosa más bebida en todo el mundo había sido derrotada…”.

8) El depredador de San Cristóbal (por Sinar Alvarado)

En 1999 detuvieron en la capital de Táchira (Venezuela) a Dorancel Vargas, acusado de asesinato y canibalismo, y la prensa lo bautizó como el ‘Comegente’ y el ‘Hannibal de Los Andes’. En su día la historia llenó páginas de diarios y horas de noticieros de radio y televisión, pero fue este impecable texto escrito un lustro después por el periodista venezolano Sinar Alvarado es el que perdura en el tiempo. Como el arriero le dijo a Vicente Fernández, en la crónica lo más importante no es llegar primero, sino saber llegar.

“El aire se vuelve denso; el frío, ineludible; incómoda la banca de concreto. Entonces hay que levantarse y caminar un poco, pues la espera, a medida que se prolonga, atiza la ansiedad. Me encuentro en una comandancia de policía. Ese tipo de lugares donde la desgracia es lo común. Oficiales van y vienen. Órdenes y contraórdenes. Han pasado veinte minutos desde la hora acordada y la siquiatra aún no…”

9) El boxeador de las orejas perfectas (por Santiago Roncagliolo)

El peruano Santiago Roncagliolo es otro de los periodistas que ha dado un salto exitoso de la no-ficción a la ficción, enésimo ejemplo de lo porosas que son las fronteras entre la crónica y los demás géneros literarios. ‘El boxeador de las orejas perfectas’ cuenta la historia de Romerito, quien el 15 de septiembre de 1983 tuvo a todo el Perú pegado al televisor en un mítico combate contra el estadounidense Ray ‘Boom boom’ Mancini por el título mundial en la categoría Peso ligero. Como el buen cine, la crónica bien ejecutada tiene la virtud de moldear –casi inmortalizar– episodios destacados de la intrahistoria.

“El día en que entró en el Madison Square Garden, el boxeador peruano Romerito se encontró con 25.000 norteamericanos que lo insultaban a coro. Para atemorizarlo aún más, el público aullaba el nombre de su rival. O más bien, el apodo, que era más aterrador. El campeón mundial de peso ligero se llamaba Ray Mancini, pero le decían simplemente Boom Boom”.

10) El hombre del telón (por Leila Guerriero)

Guerriero es un apellido que no puede faltar cuando se discute sobre crónica. También me refugio en la subjetividad pura y dura para elegir ‘El hombre del telón’ sobre otras obras maestras de esta periodista. Por razones que no viene el caso explicar ahora, yo fui quien eligió el título de esta crónica, y se publicó por primera vez en Séptimo Sentido, el dominical de La Prensa Gráfica. Esta ha sido la excusa para incluirla en el decálogo, pero creo que es uno de sus textos más brillantes que, además de mostrar las interioridades del mítico Teatro Colón, nos deja entrever corruptelas en su remodelación y nos presenta a personajes que logran enamorar al lector. Magia pura.

“Yo, de entre todos los hombres. Yo, nacido en Lota, Chile, un pueblo que fue mina de carbón y ahora es historia. Yo, cincuenta años recién cumplidos en una ciudad al sur del mundo en la que llevo ocho meses y que aún no conozco. Yo, de entre todos los hombres. Yo, que soñaba en Lota con telas exquisitas, y que marché a París, tan joven, para estudiarlas, para vivir con ellas. Yo, las manos hundidas en este terciopelo bordado ochenta años atrás por…”.