La crema al pastel

La presencia de cruceros en Colombia se hace cada día más fuerte. El país se perfila como un destino con amplias posibilidades de fortalecerse en los catálogos de viaje, convirtiendo el segmento en una apuesta que contribuya al desarrollo de las zonas costeras. Aunque las cifras de viajeros que desfilan por los puertos nacionales resultan bajas, su expansión es interesante y abre todo un mar de oportunidades dentro de la economía globalizada.

Del medio centenar de empresas internacionales que promueven este segmento turístico, 33 operan por nuestras costas y jalonan el tráfico de pasajeros en curva ascendente. Hace un par de décadas la demanda anual apenas sobrepasaba los 25.000 turistas, pero se incrementa año por año, subiendo la tendencia por encima de niveles del 10%. En 2017, desembarcaron 343.000 pasajeros, y las perspectivas para lo que viene son interesantes.

Como estrategia turística esta industria comenzó a vislumbrarse en el país hacia finales del siglo pasado. A comienzos del actual, hacia 2005, se lanzó al agua de la mano de Procolombia, y hoy en día presenta resultados visibles y le soplan buenos vientos. En 2017 los ingresos generados por los consumos de tripulantes y pasajeros, en tránsito o en embarque, alcanzaron los US$59 millones.

Cartagena es el más importante punto de referencia, por contar con infraestructura para buques de alta capacidad, hasta para 5.700 personas. De ahí que el 95% de los cruceros que nos visitan lleguen a la capital de Bolívar, ciudad que en 2014 recibió de la OEA el reconocimiento marítimo como Puerto de Destino Turístico Sostenible. En Santa Marta recalan algunas embarcaciones, mientras que en las islas de San Andrés y Providencia se paga el costo de sus restricciones para el servicio de cruceros de gran tamaño. En el Pacífico, en las costas de Utría y Bahía Solano, se avistan ocasionalmente pequeños barcos.

La industria comenzó a navegar en el mundo desde los veranos de los años 60, reportando un crecimiento inusitado tras el paso de las últimas temporadas. Se ha convertido en un renglón dinámico con significación como factor económico, que se expande en permanente conquista de mercados, gracias a la ampliación de las flotas de las navieras y a la capacidad de respuesta para innovar en el diseño de las embarcaciones, con mejores servicios y una variada gama de actividades a bordo.

El creciente tráfico de pasajeros le pone cierta dosis de picante a las expectativas de la industria, para la que se perfila un horizonte despejado como potencial de negocios. Según uno de los más recientes informes de la Cruise Line International Association (CLIA), en 2017 se movilizaron 26,6 millones de pasajeros en el mundo, y este año bien podrá cumplirse la meta de 28 millones. Su impacto económico empieza a ser significativo, pese a las recientes crisis económicas que han azotado el planeta y que no han sido obstáculo para su excelente despegue.

El país reúne ingredientes necesarios para mostrarse y, de paso, afianzarse en el mapa global de este segmento, gracias a los atributos históricos y culturales y la irresistible tentación tropical y caribeña de sus puertos. Pero para acariciar el objetivo deberán enfrentarse retos, y el primero será ponerle el ojo al desarrollo de una infraestructura portuaria viable, que permita garantizar el acceso y permanencia de las navieras y capitalizar mayor cantidad de recaladas.

En Colombia y en el mundo, el negocio de estos hoteles flotantes, clasificados entre tres y seis estrellas, representa solo una pequeña parte del gran pastel de la industria turística. Pero las fuertes inversiones de las navieras y el aumento de la demanda, particularmente en sectores medios de países emergentes, le van untando la crema, haciéndola tan provocativa y tentadora como un inolvidable crucero del amor.

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@Gsilvar5

 

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