La arquitectura frágil del nosotros

2 junio 2020 –

Por: Arturo Guerrero, Socio del CPB – El Colombiano –

El aislamiento obligatorio causa repentinas fugas del juicio. Especie de paréntesis en que la cordura sale volando por las ventanas. Es preciso entonces detenerse, devolver la película diaria, hacerse preguntas. ¿En qué estaba yo?, ¿qué día viene siendo hoy?, ¿cuánto tiempo llevo en este yo con yo que no parece mío?

El espíritu se remonta como cometa de adolescente en agosto. Lo ata a la realidad un escaso hilo. Da tumbos siguiendo las ocurrencias del viento. Un videíto de cuarentena enfoca de espaldas a un hombre desvalido que eleva un rombo de papel en su habitación. Este aletea gracias al flujo de un ventilador eléctrico de mesa. Tal cual.

El hombre se consuela con la ficción de potrero en las cuatro paredes de su encierro. Si abriera la salida al balcón, la minicometa pujaría por coger la calle, el cielo. La cuerda se lo impide, es el polo a tierra.

Pues bien, el polo a tierra de las personas son los otros, esa compañía que les es amputada por el virus en el confinamiento. En tiempos normales los demás son el marco de la realidad. Delimitan milímetro a milímetro el globo síquico en que nos movemos, nos advierten sobre los peligros de soltar la pita.

Por eso los locos trajinan solitarios por las calles. Perdieron los lazos, se pasaron a vivir en un planeta unipersonal. Si usted ve a dos o tres indigentes andando juntos, es señal de que no son locos, son habitantes de la calle, pertenecen a una pandilla, son socios. Los locos se desenchufaron, miran hacia los fantasmas.

Las pérdidas de conciencia en estos días encarcelados son instantáneas. A duras penas clasificarían como ensayos del desprendimiento drástico que es la demencia. Sentimos que nos patina el coco, solo para retomar las riendas en segundos. Pero no dejan de llamar la atención estos episodios que sacan de los cabales.

Mucho enseñan sobre lo sociales que somos. Nos retornan a la manada, al cardumen, al enjambre, esas formaciones antediluvianas en que la naturaleza nos arcilló como seres estrechados con semejantes.

Cuando las autoridades decretan cuarentenas, harían bien en considerar las sutiles hebras que destiemplan. Porque no se sabe cuándo y cómo se restablecerá la armonía del grupo, la sencilla y frágil arquitectura del nosotros. Y sin el nosotros no hay un yo que prevalezca.