Julio Roberto, líder y amigo

Por Amílkar Hernández. Para La República. Foto: CGT

A mediados del año pasado Julio Roberto Gómez Esguerra (como le gustaba que lo llamaran) me llamó al celular y como siempre, alegre, atento y respetuoso, me preguntó cómo me había ido con la pandemia. Hablamos un poco del difícil momento. Le pregunté cómo estaba y me dijo que bien.

Esa fue la última vez que escuché esa voz, una voz muy familiar entre los reporteros encargados de la fuente sindical y entre la gran mayoría de colombianos que lo escuchaban en la radio o lo veían cuando aparecía en televisión hablando del aumento en el salario mínimo, de la convocatoria a un paro o de la realización de una huelga.

No voy a hablar del Julio Roberto seminarista, tipógrafo, presidente de la CGT, dirigente sindical, vocero de los trabajadores, interlocutor audaz y líder auténtico. No. Voy a hablar del Julio Roberto que conocí y que conocimos muchos colegas a lo largo de muchos años en actividades públicas y privadas.

Sobra decir que fue un gran colombiano. Un colombiano generoso, gran amigo y muy elegante. Casi siempre, aún en días festivos, con chaqueta y corbata. Yo creo que estrenaba mucho. Se gastó su plata en vestirse. No repetía mucho corbata ni vestido. Creo que, con Tulio Cuevas Romero, el eterno presidente de la UTC, son los dos dirigentes sindicales más elegantes que he conocido. Mejor dicho, por su forma de vestir, se podría decir que eran unos dirigentes oligarcas y unos sindicalistas sin overol.

Las pocas veces que repetía vestido, o por lo menos color, era para las reuniones informales con los periodistas. Siempre nos recibía de negro en la sede social de la CGT, donde nos celebraba el Día del Periodista y nos convocaba a una fiesta de fin de año.

A esos encuentros Julio Roberto era el primero en llegar, pero no el último en irse. Encima de su bien cuidado traje negro se ponía un delantal y él mismo repartía el asado a cada comunicador.

Se movía de mesa en mesa hablando de todo. A veces duro contra el Gobierno. Crítico con sus colegas. Escuchaba mucho a los periodistas. Y, entre copa y copa, tratábamos de arreglar el país.

La cita para los asados era al medio día, pero antes de oscurecer, Julio Roberto tomaba el micrófono, no para echarse un discurso. No. Simplemente unas pocas palabras de saludo y se despachaba con unas cuantas rancheras. La verdad, la voz no le ayudaba mucho pero sí la intención de alegrar a sus invitados.

Esta es otra cara del Julio Roberto que no alcanzó a celebrar sus primeros 70 años. Este es el recuerdo del amigo que nos arrebató la covid-19, así con minúscula porque este enemigo invisible y cobarde no merece ni siquiera la mayúscula. Así era el Julio Roberto que un día dirigía un comité ejecutivo presidiendo una mesa con 24 dirigentes sindicales, y otro estaba fuera del país en reuniones en la OIT.

En la llamada que recibí de Julio Roberto a mediados del año pasado, quedamos en volver a hablar pronto sobre la mutual de periodistas (su gran obsesión) y sobre los problemas de los pensionados con sus mesadas incrementadas con la inflación y sin rebaja en los aportes a salud. Hasta siempre Julio Roberto Gómez Esguerra.