HUMANIZAR, EL LEGADO ÉTICO DE JAVIER D. RESTREPO

7 Octubre 2019.

Foto: Colprensa
Por: Carlos Piñeros

Es el reto que nos impone la desinteligencia de la codicia, que distrae con los avances tecnológicos mientras eclipsa al hombre y destruye la vida, tan exigente para el periodista como para el dirigente, el obrero, el estudiante y el ama de casa.

El poder del comunicador no va más allá de advertir el peligro para la sociedad. Si esta no reacciona por la defensa de sus valores, injustamente habrá de endilgarse el fracaso al mensajero.

La relación del hombre con la naturaleza, de la que debiera ser su “jardinero”, según Javier Darío Restrepo, se reduce a la pretensión de ser “su amo y señor para someterla al capricho de su ambición sin límite”. Así lo advirtió en agosto pasado en la ONU, Nueva York, en el XV congreso hispanoamericano de prensa.

Se abusa del hombre para convertirlo en máquina, que haga lo que ella hace: cosas y objeto para responder a la lógica de producir para el consumismo, lejos del sentido común que invita a “servir al hombre y hacer más digna y feliz su vida”.

Como la economía, la tecnología tampoco está al servicio del ser humano. “Primero se lo anula y después lo convierte en elemento de deshecho”. “Acaba por subordinarlo y reemplazarlo”. “Este desaparición de lo humano nos enfrenta a un panorama más que apocalíptico”.

Mientras la misma prensa exalta los avances de la tecnología, no los ve como “el drama de una progresiva aniquilación de lo humano”.

¿Cómo enfrentar tan aciago patíbulo? “Se trata de un proceso de recuperación de lo humano”, según Restrepo, “para erigir lo humano como el centro y factor orientador de la economía y de las aplicaciones de la tecnología”.

¡Nada menos!: el cambio de paradigmas: que la meta no sea la codicia, que se ha desbocado al amparo de la supuesta libertad igualitaria del individuo para aprovechar el desarrollo de su iniciativa a su acomodo, sin cortapisas ante el respeto ético de la vida colectiva, sino que sea el bienestar del ser humano como un todo: el bienestar colectivo, sin egoísmos.

“Delirios de un idealista”, anticipó Javier Darío el sitio de su criterio frente a la dura realidad que nos interpela, “si el potencial pedagógico de la información se aplica al servicio del desarrollo integral de la persona”.

La capacidad didáctica de los medios está siendo burlada por la ambición económica. Por eso no prima, como debiera ser, la ética del bien común en los medios sobre el afán de lucro.

Si un medio denuncia el sesgo del crédito público en favor de amigos del gobierno de turno, el medio se cierra, sale del aire o es despedido el periodista que lanza la información.

Si un periodista denuncia el favorecimiento de un medio para un candidato político que por razones éticas no debiera ser elegido y eso afecta los intereses económicos del medio, ajenos al bien común, se tira al periodista a la calle.

Si un periodista denuncia abusos de poder en el sector público y eso puede afectar negocios del medio con ese sector, el periodista el retirado.

Se confunde, en resumen, el bien común con los intereses particulares. No se respeta el derecho a la información como servicio fundamental de la sociedad democrática, la cual, mientras tanto, privilegia a los medios con un tratamiento tributario benévolo, precisamente por el papel protector de la democracia que, supuéstamente, los medios defienden. Con el agravante de que ese mal ejemplo exalta lo que ellos debieran combatir: la corrupción.

Que el mejor noticiero de televisión del país tenga que cerrar por falta de pauta, refleja la tergiversación de los valores y abre, a la vez, una ventana que le probará a los abusadores el poder de la audiencia consciente para sostener, por lo menos, uno de los medios que honra el bien común.

El reto humanizante que nos lega Javier Darío es no fácil de alcanzar, pero tampoco es imposible. Y ya comenzó la búsqueda de su objetivo por nuestra labor doméstica. Tenemos la certeza de que con su poder moral y espiritual él nos acompaña en esta lucha desigual, con la cual honraremos su vida, su pedagogía, su memoria y el deber ético de la prensa democrática.