Facultades de Comunicación Social: esas infames fábricas de lagartos

Esos estudiantes de periodismo no escribirán, ni harán radio, no harán periodismo, harán informes mamotréticos para beneplácito del jefe de turno

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Me invitaron la semana pasada a un conversatorio en una universidad privada en Medellín. El paisaje era el mismo que uno puede ver ahora en ese tipo de lugares: cafés, librerías llenas de libros carísimos e incluso creo que alcancé a ver una boutique de ropa. Las chicas eran flacas, de piernas largas y botas equinas hasta la rodilla. Los muchachos eran muy bonitos, se parecían casi todos a Maluma y a J Balvin. No había una sola cancha despoblada para ir a fumarse un porro.

El auditorio tenía a unos cincuenta estudiantes de Comunicación Social. Lo primero que pregunté era cuántos tenían ganas de escribir. Solo dos levantaron la mano. Les pregunté cuántos querían hacer televisión. Tres se mostraron interesados. Nadie quería hacer radio. El resto había escogido la carrera porque soñaban trabajar en una gran empresa. Comunicación Organizacional que llaman. En el ambiente flotaba la desidia. Nadie estaba leyendo un libro y muy pocos sabían si quiera qué era Odebrecht. Ocho millones de pesos costaba el semestre.

En este país, como en el resto del mundo, los jóvenes sueñan con ser famosos. Su vida está casi siempre ligada a sus redes sociales. Lo más importante que le puede pasar a estos muchachos es encontrarse con un famoso, ojalá con un político, que los ayude a ascender. Es por eso que la gran mayoría de periodistas que conozco —sobre todo los de provincia— son tan arribistas. Desde pequeño la mamá les inculcó que lo más importante son las relaciones mijo. Júntese con gente de bien que ellos lo sacaran de pobres. Es común ver a esos muchachitos zumbar alrededor de congresistas y expresidentes. Ahí uno los ve en sus Facebook, orgullosos porque Uribe Vélez les concedió una selfie, muertos de la dicha porque Jorge Enrique Robledo les dio la mano.

En el conversatorio a uno de los profesores que asistieron no le gustaba Las 2 Orillas. Cuestionaban el hecho de que cualquier joven en Tumaco o Montañitas, Caquetá, pudiera tener una nota que se viralizara, que fuera leído por más de 300 000 personas. No podían resistir que nuestro portal le diera la oportunidad a cualquier persona de ser escuchada. Durante más de 130 años en este país solo existían dos periódicos nacionales. Internet nos dio la ley de medios que nos negó siempre una Colombia manejada por tres grupos económicos. La gente, con Las 2 Orillas, ha encontrado la manera de desahogarse y de ser oída. El profesor me ponía de ejemplo medios serios e independientes como El Colombiano y RCN, medios que se convirtieron, en la década pasada, en trincheras uribistas. Los alumnos, como sucede en una cultura lambona como la nuestra, estaban de acuerdo con sus maestros. No había un solo rebelde. Me bajé de la tarima antes de que empezara el abucheo.

Estoy por creer que la gran mayoría de estudiantes de periodismo ingresaron a esa carrera porque no les alcanzó el puntaje en las pruebas Saber para estudiar Negocios, Administración o Derecho. Son planos, incultos y lo más grave: no tienen ningún tipo de curiosidad por nada. Tampoco la necesitaran. No escribirán, ni harán radio, no harán periodismo. Tienen la obediencia y la poca imaginación que necesitan para destacarse en lo que harán: informes mamotréticos y muy ordenados para beneplácito del jefe de turno.

 

¿A dónde se han ido los Rafael Baena, los Jorge Enrique Botero,
los Ernesto McCausland?
¿A dónde se fue toda esa gente capaz de dar la vida por escribir un buen reportaje?

Ay, Señor de Coveñas, ¿a dónde se han ido los Rafael Baena, los Jorge Enrique Botero, los Ernesto McCausland?¿A dónde se fue toda esa gente que era capaz de dar la vida por escribir un buen reportaje? Es trágico, catastrófico que en un país que acaba de salir de una guerra de 65 años ya no existan periodistas para contarla. Lo que quedan —con contadas excepciones— son unas recuas que lo único que intentaran hacer, cuando se gradúen, es buscar un trabajo en una multinacional o en un banco si es posible. Tener una familia, la casa y el carro a cuotas y crecer y progresar. Sobre todo crecer y progresar y tener hijos.

Que desolador es todo esto. Pensar que alguna vez, en Colombia, el periodismo llegó a ser un arte. Ya no más. Ahora, para conocer las regiones profundas, tendremos que conformarnos con las voces que nos llegan desde las regiones. Sus imprecisiones, su inexperiencia y hasta su falta de fuentes será compensada con una razón poderosa: ellos son los últimos testigos de la hecatombe que pasó por acá. Solo ellos conocen la verdad.

Tomado de: www.las2orillas.co