El que no llora

22 Mayo 2019.

Al occidente del departamento del Chocó, en la zona alta del río Atrato y a 12kilómetros del municipio del mismo nombre, se localiza Lloró, un refundido poblado de 11.000 habitantes –el 80% esparcido en su fértil zona rural–, de cuya existencia poco se sabe en Colombia por formar parte de ese medio país abandonado por la desidia estatal, pero que se conoce en el mundo como referente estadístico por sus niveles de precipitación anual.

Si de llorar se trata, su denominación no podía ser más acertada. Se ubica en pleno corazón de una región geográfica tropical con elevados volúmenes pluviométricos, motivo de estudio de expertos y científicos e incluso de menciones Guinness. Es una de las poblaciones más lluviosas del planeta. Las nubes lloran todo el año sobre los 905 kilómetros cuadrados que dan vida a su área territorial, conformada por ocho corregimientos y 11 veredas.

Los lloroseños son nativos afrodescendientes e indígenas y tienen la piel curtida para enfrentar el lagrimeo de las espesas nubes que recorren su cielo, casi siempre acompañadas por fuertes tormentas eléctricas, particular fenómeno atmosférico que hace de este pequeño municipio un referente dentro del ranking mundial de precipitaciones anuales. Su promedio oscila en el rango de 13.300 mm, 12.217 por encima de Bogotá, nuestra fría y encapotada capital, donde caen al año unos 1.080 mm de aguas lluvias.

Lloró comparte protagonismo con la aldea india de Mawsynram, cuya media es de 11.872 mm, y con Cherrapunji, otro caserío del mismo país asiático donde llueve día y noche, y que ostenta el récord histórico de precipitaciones –22.987 mm–, consecuencia de violentos monzones que lo azotaron en 1860, con inundaciones y daños severos a su población.

También se da la mano con Bergen, la segunda ciudad en importancia de Noruega y la más abundante en lluvias de Europa, que acumula 2.350 mm anuales de precipitaciones. Los interminables inviernos de esta ciudad costera, ubicada en un estrecho valle rodeado de montañas, motivaron a sus autoridades, hace varios años, a disponer de máquinas tragamonedas en las esquinas de las vías públicas para ofrecer paraguas en alquiler.

Curiosamente, estos borrascosos centros urbanos no sufren la sequedad del turismo. Mawsynram es destino de peregrinación por sus milenarias cuevas de espeleotemas, y Cherrapunji recibe millares de turistas que disfrutan de sus pródigos valles. Bergen, la puerta de entrada a los fiordos noruegos, es el mayor puerto de cruceros turísticos del país y la ciudad más visitada por la belleza de su pintoresco paisaje urbano.

Refundido en la espesura de la selva ecuatorial, Lloró no corre con la misma suerte de aquellos pares permanentemente aguados, y la causa no es la falta de materia prima turística sino su abandono. Ubicado en el ángulo de confluencia entre los ríos Atrato y Andágueda, a 45 kilómetros de Quibdó, ofrece maravillas naturales esparcidas entre frondosa vegetación – hábitat de millares de especies endémicas de plantas, mamíferos, aves, reptiles y anfibios-, playas literalmente vírgenes y las sosegadas riberas de los ríos Tumutumbudó, Mumbaradó y Capá, corrientes de agua navegables en canoa que permiten recorrer las costas ribereñas y experimentar las costumbres de sus habitantes raizales, entre ellos las comunidades indígenas de siete resguardos locales.

Lloró forma parte de ese inmenso patrimonio de paisajes exóticos y parajes asombrosos que envuelven los profundos misterios del Chocó, un departamento privilegiado por la naturaleza, en el que rondan los mitos y las leyendas, y donde conviven prodigiosos ecosistemas de bosque húmedo tropical, junto con variedad de ciénagas y manglares.

El desatendido municipio, epicentro de una de las zonas más biodiversas del planeta, pincela un variado escenario para actividades de ecoturismo, con las que podría oxigenar su precaria economía. Sus habitantes, humildes agricultores, pescadores y mineros, víctimas de innumerables problemas sociales -entre ellos el persistente conflicto armado-, sobreviven bajo el cotidiano golpeteo de la lluvia y se resisten a ser paño de lágrimas de la ineficiencia estatal. Quizás, como tantos otros colombianos, necesitarán hacerse oír, porque como dice el refrán, el que no llora…

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